El dogma de la unidad


Un 27 de abril de 1986 se constituyó Izquierda Unida 


José Antonio García Rubio, miembro de la Colegiada Federal de IU

Aunque falta algo más de un año para las elecciones (que serán municipales, autonómicas y europeas) el proceso de su preparación ha comenzado ya con intensidad, tanto en la izquierda como en la derecha. Hay que destacar dos características: la primera es que se ha empezado por las candidaturas antes que por programas y práctica política. Esto es común a derecha e izquierda y especialmente notable en la izquierda que decimos rechazar el electoralismo.
La segunda, en este caso más propia de la izquierda que se reclama como alternativa, es la exhibición  de lo que podemos llamar el dogma de la unidad.
La unidad está en el ADN de los comunistas españoles. El Frente Popular, la Junta Democrática o Izquierda Unida son tres claros ejemplos de ello (luces y sombras incluidas). Si se repasa la Historia, en las distintas experiencias siempre ha ido por delante el objetivo político de esa unidad, es decir responder a la pregunta “unidad, ¿para qué?”.
Hoy, eso no está tan claro. En el espacio político de la izquierda se utiliza la llamada “unidad popular” como instrumento para la batalla política interna que permite  descalificar y anatemizar al adversario.  Así, quienes planteamos posiciones críticas en Izquierda Unida somos sistemáticamente calificados como contrarios a la unidad por “identitarios”. Pero, precisamente porque somos identitarios somos firmes partidarios de la unidad (una de nuestras señas de identidad). Ya Izquierda Unida es una expresión de unidad, aunque inacabada y por eso trabajamos por su fortalecimiento.
La necesidad de trabajar por un bloque político y social capaz de invertir la situación hacia una política de progreso y mayor democracia es incuestionable para nosotros y, para ello es imprescindible desarrollar la más amplia unidad popular. Pero en serio.
Ahora la cuestión está en si vamos a las próximas elecciones con Podemos o no. Lo demás es hojarasca. Por tanto, si un acuerdo electoral con esta fuerza permitiría avanzar hacia ese bloque político y social. La experiencia habida hasta ahora no es positiva: en las últimas elecciones generales se perdió un millón de votos; es incontestable que el electorado no entendió la candidatura de Unidos Podemos. La unidad no sumó, restó. Además, hoy Izquierda Unida está globalmente en peores condiciones de visibilidad, influencia política y solidez organizativa. La práctica política en el contexto de la convergencia realmente existente no ha generado más cohesión interna y un papel más claro en la lucha por la hegemonía social. Finalmente, las encuestas señalan casi unánimemente un retroceso importante, que en los lugares donde el sistema D´Hont influye significativamente puede ser grave.  Estos son hechos muy poco cuestionables.
Aun así, no hay que tirar la toalla en el trabajo por la confluencia, pero tampoco hacernos trampas al solitario. El gran problema es que Podemos no comparte la concepción del bloque político y social ni el enfoque del avance en la unidad popular.  Su estrategia, bien definida y practicada es la mera absorción, pasando en lo electoral por el “empotramiento” en sus listas. No se trata de una fuerza rupturista en las cuestiones fundamentales para una transformación social (modelo productivo, relaciones de producción, papel de lo público, paz y defensa, feminismo, modelo de Estado, etc.). Aspira a ser una fuerza transversal. Todo esto no debería ser desconocido;  está en sus documento (Vista Alegre I y II) y en su práctica política e institucional.
Aun así, tampoco hay que tirar la toalla en los acuerdos electorales, pero tampoco aquí hay que hacerse trampas en el solitario. La cuestión es que un acuerdo sirva para avanzar en la confluencia más allá de lo electoral. Y como se está viendo en la discusión que se ha iniciado en las bases de IU y del PCE, esto no puede hacerse sin una serie de condiciones que permitan corregir los errores  que antes he señalado y reinvertir la dinámica de práctica política subalterna en los acuerdos existentes (líneas rojas se están llamando en la discusión).
La única salida es que la dirección federal de IU acuerde unas orientaciones para concretar acuerdos amplios allí dónde se puedan producir. Orientaciones, a ser posible, pactadas con Podemos y con otras fuerzas interesadas en ese acuerdo. Correspondería a cada organización local explorar, debatir y concretar las posibilidades de un acuerdo en cada Ayuntamiento y a las Federaciones en su CC.AA, y su aprobación. Esto implica que la dirección federal de IU garantizaría  la cobertura jurídico-electoral y de campaña en igualdad de condiciones en cada lugar y en cada una de las circunstancias. No habría tres posibles escenarios, sino uno sólo desarrollado según se acuerde en el territorio y tal como permitan las condiciones concretas.
En cuanto a las elecciones europeas, sorprende que no aparezca en el debate el hecho de que Podemos ha anunciado un acuerdo para Europa con el Bloco de Portugal y la France Insoumise de Mélenchon. Esto implica muy probablemente una candidatura  diferente, fuera del ámbito del Partido de la Izquierda Europea al que pertenecen IU y el PCE. Esto, si se concreta, supone competencia electoral.
Sorprende, al respecto, que Podemos no esté muy convencido de la “irreversibilidad” de la confluencia con IU.
Por otra parte, concretando en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid, por su importancia y situación política, conviene no olvidar que el acuerdo programático de Ahora Madrid, su coherencia interna y su espacio político están muy deteriorados.  Aspectos importantes del programa han sido cuestionados. Los ceses se han multiplicado. Carmena no ha concretado su candidatura y, en cualquier caso, exige determinar los 10 primeros nombres.  ¿Qué posibilidades de acuerdo unitario preelectoral hay?
Allí donde se elijan más de 20-25 candidatos y sea circunscripción única (como son los casos del Ayto. de Madrid -57 concejales- y otros de la Comunidad, y de la Asamblea de Madrid -129 diputados-) el sistema  D´Hont se convierte prácticamente en proporcional, por lo tanto agruparse en una sola lista no produce mejores resultados que yendo solos. Los acuerdos pueden ser luego (de Gobierno o de oposición) y se evita el castigo de quienes no están por la coalición electoral.  Cierto, que hace falta una votación mínima, pero si no fuera así la fuerza negociadora sería muy pequeña y volveríamos al empotramiento.
Por tanto, prescindamos de los dogmas y recuperemos la idea tan dialéctica de que las posiciones políticas son guías para la acción. Y en la acción, hay que tener en cuenta las experiencias y la realidad