1945 NO MARCÓ EL FIN DE LA HISTORIA


José Ramón Montes, julio 2018

John Steinbeck, uno de los varios americanos galardonados con el Premio Nobel de Literatura, además de las famosas “Uvas de la ira” y del no menos famoso “Al Este del Edén”, escribió un pequeño libro de relatos breves titulado “Una vez hubo una guerra”, que narraba con atractiva sencillez la vida y las peripecias de los combatientes estadounidenses en los campos de batalla europeos de la Segunda Guerra Mundial. Además de la habilidad literaria, el autor coloca muy lejos en el tiempo unos acontecimientos para él recientes, con ese comienzo de Erase una vez..., de cuento infantil. Sitúa la contienda en la distancia, como algo casi olvidado: “aquella guerra casi se ha olvidado por otras  guerras y otras clases de guerras”.

El 8 de mayo de 1945, cuando un soldado ruso clavó la bandera soviética en lo alto del Reichstag de Berlín, nada se detuvo. La Humanidad prosigue su caminar sobre la tierra y por lo tanto haciendo Historia, que es lo esencialmente humano.


Alrededor de unos 40 años más tarde, el liberalismo, es decir el capitalismo, se anotó una sonora victoria, sin cañones ni  soldados, casi en el mismo escenario, ya que el 9 de noviembre de 1989  el llamado Socialismo real dejó de existir. Y todo el mundo, toda la humanidad se transformó, dicen, en un gran bazar de mercaderes, cuya única actividad consiste en comprar, vender, invertir y enriquecerse. Ya no se iban a producir cambios. La libertad, en el entender anglosajón de la palabra, era la gran protagonista. La Historia con su dramatismo, sus riesgos y mutaciones había pasado a la historia. Las únicas noticias a comentar en los medios iban a ser las económicas, las deportivas y las de sucesos; la política había sido absorbida por la economía y los triunfos de las Bolsas eran lo verdaderamente importante a reflejar en los noticiarios.

Si Steinbeck contaba lo de una guerra lejana y casi olvidada, Francis Fukuyama lanzaba, desde la potencia hegemónica en los años 90 del siglo XX, un libro titulado precisamente “El fin de la historia y el último hombre”. Ese estadounidense de origen japonés afirmó que la democracia liberal, es decir la democracia del capitalismo, y la economía de mercado, sublimadas por los EE.UU. para todo el mundo, consignaban el final de los tiempos históricos, de la lucha de clases, de las luchas ideológicas, y la culminación de un mundo sin clases y de pensamiento único. O sea, un capitalismo cuasi “comunista”. Daba la Historia del Hombre por concluida, acotando el devenir de la sociedad al fluir del denuedo biológico, científico. 

Resultó, empero, que tal acto de burguesa e imperial autocomplacencia por parte de ese ideólogo enfrascado en la asesoría del ejecutivo político del líder mundial, se nos apareció al poco de la humillante derrota y retirada norteamericana de Vietnam, del triunfo de la poco liberal “revolución islámica” de Irán y del progresivo auge de la Izquierda en América Latina,  mientras que Estados Unidos se embarcaba en 1991 y mucho más en 2003 en una larga y muy histórica guerra en los legendarios campos de Mesopotamia, precisamente donde, al parecer, comenzó  la Historia… ¡Qué gran ironía!

Sin embargo, el enorme poder mediático no ceja en seguir manteniendo que en aquel  alejado 1945, se estableció el Malo Universal, Hitler, y el otro gran malo, Stalin, y que la Libertad se alcanzó casi únicamente con el muy cinematográfico desembarco de Normandía en junio de 1944.  Los 20 millones de rusos muertos, Stalingrado y la conquista militar del propio Berlín no cuentan para nada, el cine lo ha consagrado, y ya no hay guerras gracias a Hollywood.

Pero en Europa, el continente de 1945, siguen pasando cosas, muchas cosas, y el título del librito de Steinbeck es ya una realidad; una vez hubo una guerra, mas la Paz, esa dama de los cementerios,  no ha llegado y, según se observa, no va a llegar.

La hermosa ciudad de Nürenberg, la de los maestros cantores de Wagner, que sirvió de marco para los juicios espectáculo, es hoy una de las sedes principales del partido AfD, Alternative für Deutschland, una potente formación que reniega sin tapujos de la eternidad de 1945.

Alemania, otra vez hegemónica en Europa, no es ya un país ocupado aunque tenga que soportar numerosas bases militares americanas e incluso algunas inglesas. El enemigo es otra vez Rusia, como en el viejo siglo XIX  y parte del XX. Estados Unidos se encoge en el aislacionismo y China vuelve a recordarnos sus 5000 años de historia y de cultura. ¿Dónde está 1945? Sin duda, siempre será una fecha de referencia, como el
11 de noviembre de 1918, o el terrible 6 de agosto de 1945 del Japón.



En la foto: Hiroshima arrasada por la bomba atómica en esa fecha del final de la II Guerra Mundial. El 9 de agosto la operación se repitió sobre la ciudad de Nagasaki. En primicia histórica, los EE.UU decidieron usar el arma nuclear sobre la población civil.   



En nuestros colegios y escuelas se va y se viene con eso del bilingüismo y lo del inglés universal se hace presente, mientras que la Isla Madre se aleja de Bruselas. De momento, el fantasma ya no es el comunismo. Ahora, los liberales algo asustados se reinventan eso del populismo desde el grillo italiano hasta los nuevos partidos austriacos que bajo nombres liberales convocan seminarios en los que se estudia con letra pequeña la pertenencia de Austria a la familia alemana, lo que culturalmente no deja de ser verdad aunque no agrade del todo en los seminarios históricos de Cambridge.

El aburrimiento no ha triunfado. Podemos y debemos seguir estudiando Historia  que, con el griego Tucídides, sigue aún  proclamando que la guerra es la partera de la historia.

Esta afirmación sobre el rol histórico de la guerra o de la violencia, se suele atribuir a Marx, quien en realidad señaló: “la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica”.  

Olvidada, o casi, cuando pasada, como la de 1945, asentida o desconocida o ignorada cuando presente, como tantas de actualidad, la Guerra se nos aparece hoy como eterno e inevitable elemento accidental de la Humanidad en la normalidad del tiempo moderno, mientras se difumina en la mente del Hombre la consciencia de la violencia que establece la lucha de clases como motor de la historia, y de la beligerancia inteligente que ha de desplegar la clase trabajadora como portadora de una sociedad nueva.